INTRO 


El Pico Blanco que fue y el que sueñan sus habitantes brota de las décimas de Tongo, uno de lo más longevos por estos lares del Escambray villaclareño y que la comunidad ha bautizado como el historiador; en su memoria están enraizados aquellos primeros años de bonanza del pueblito entre montañas y en su pensamiento aplatanadas las ganas irrenunciables de volver a lo que fue.

“Ese muchacho sí lucha por Pico Blanco”, dicen los más viejos con las miradas y la esperanza puestas en Julio Valladares Benítez, el muchacho de 29 años que subió a Pico Blanco por amor y sobre esa esencia fabrica lecciones cotidianas de liderazgo comunitario con el oído en la tierra y el corazón de su gente.

Benedicta carga en su jabuco decenas de historias nacidas en los cafetales de Pico Blanco. Como ella, muchas mujeres enrumban el camino cada mañana bañando las botas con las aguas del río Seibabo para entregar sus días a la cosecha de café, actividad económica fundamental del poblado intramontano.

Dos kilómetros recorre la maestra Ramona cada mañana, el rocío y el Sol incipiente la han escoltado durante 30 años por los trillos camino a la escuela, ese punto de encuentro donde se mira al futuro de los niños del lomerío cuyas sonrisas y juegos sobre el puente colgante hablan al mismo tiempo de inocencia y plenitud.

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